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ZAIDA DEL RÍO: Autorretrato desde el Edén

ZAIDA DEL RÍO: Autorretrato desde el Edén

Antes, su acto de creación trascurría en el silencio de la noche; ahora, son cómplices todas las mañanas. Lienzo…óleo…acrílico… Toman posesión de la mirada los colores cálidos, puros, vivos. Tímidamente, los azules y violetas en aguada develan asimismo el placer del pincel al reiterar una figuración femenina reconocible por sus obsesiones líricas; mas a igual tiempo renovada, impredecible, intensa.
  En el paisaje campestre, con la dama y caballos fundidos en un solo cuerpo, piruetas de saltimbanquis, los signos del Zodíaco, la mujer-pájaro, el mestizaje de la religión o la bendición buda con sagradas plumas de pavo real, Zaida del Río traspone su “yo” interior. La autorepresentación en un cuadro u otro supone la inexistencia física de comienzo o fin. Pero un arte asociado a mundos irreales sí tuvo génesis, de academia, entre 1967 y 1971 precisamente en esta ciudad-mar.  
  De entonces a El jardín de la virgen, ¿quedarían deudas por saldar con los primeros maestros, con el público, consigo misma?
  “Siempre se cargan deudas espirituales: algún sentimiento o rostro de un amigo a quien quisieras retratar, amores perdidos; y la vida a veces no alcanza para tanto (…) Las tiene todo creador; deja atrás cosas que deseó haber hecho”.
  Y la libertad para ello la guarda en sus manos, artífices de una iconografía desafiante con fundamento en el quehacer de tantos años -“lo cual respalda cualquiera de mis locuras”, insiste la artista en cuyo haber consta el Premio de Pintura y Medalla de Oro en la Bienal del Cairo, Egipto, hacia 1993; además de unas treinta exposiciones personales en Cuba, México, España, Francia, Italia, Brasil, Martinica, Japón, Estados Unidos. Sin solemnidades, cerca de usted, la imagen autobiográfica que quizás ella titularía Mantra, exhibe hoy como ayer el gusto por lo volátil, místico, exótico, ritual:
  “Porque camino mucho por el malecón; hago ejercicios; me encanta ver el mar, sentir la sal del agua, andar descalza, observar el movimiento de los astros: amaneceres y atardeceres (…) Me inspira la naturaleza; no puedo dejar de exclamar: ¡Ahhhh!, tras ver una puesta de sol o la luna llena”.
Sin embargo, en cuanto carece de un carácter único e irrepetible también yacen luces y magia. ¿O acaso pierde la obra cierto valor espiritual una vez convertida en copias?
  “No. Yo, por ejemplo, experimento alegría con reproducciones de José María Madrid o Pablo Picasso en mi casa; me conformo -confiesa. Colgadas en una pared, te inspiran en momentos de tristeza o soledad y te hacen pensar: ese artista tiene cierta energía y yo la quiero”.
  Tanto así han de revelar sus fieles espectadores. Frente a una concepción pictórica donde resultan perceptibles experiencia, precisión y detalle desde las líneas, ¿habría elementos capaces de indefinir durante la relación autor-público?
  “Nadie pinta para uno en específico, aunque de éste parte el mayor sentido e interpretación. Naces con el don; sufres; trabajas; te desgarras y, al final, no es para ti. Mis cuadros tienen un fin: la sociedad. Si bien explican, yo lo hago también. Soy bastante comprendida y querida; lo percibo en todas las generaciones (…) La gente agradece mis piezas energéticas; le transmiten paz, belleza… mi personalidad”.
  Igual propósito procuran sus poemas intimistas en Altos de la Mina, investigaciones de Herencia clásica, proyectos de moda, joyería, orfebrería y una danza Terriblemente inocente. “En el arte puedo hacer lo que quiera: actuar, cantar, bailar… No obstante, soy pintora; le he dedicado mi vida y esfuerzos”.
  Entonces la obra plástica aún en el caballete refiere el significado de lo estético. La pensada combinación de tonos lleva a imaginar que se trata de alguien con “una buena encarnación”, a quien su amor propio le impediría dejarse caer. Podría, incluso, traslucir un aroma peculiar: “mezcla de jazmines, rosas, orquídeas, poco de almizcle…un perfume raro, dulce”.
  ¿Y habría algún pasaje sin contar sobre el lienzo?
  “No quedó nada escondido; mientras más tiempo pasa, más felicidad llega a mí”.
  La pintora, grabadora y dibujante nacida en Villa Clara, regresará a la Perla del Sur el venidero 10 de marzo. Dejará aquí su impronta en un mural colectivo
  El estilo personificador de Zaida del Río, Premio de Pintura en la Bienal Tenri, celebrada en Japón en 1997, tiene por trasfondo una profunda formación en la Escuela Nacional de Arte (ENA), el Instituto Superior de Arte (ISA) y en L’Ecole des Beaux Arts, de París, Francia

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