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Evas al Sur: blog de la mujer cienfueguera

Mitos y Leyendas

Leyendas cienfuegueras

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MARILOPE 

Más al Norte del bohío que según la tradición ocupaba la familia de Joseph Díaz, y ya en terrenos de Revienta Cordeles, se levanta un kiosco de cemento, construido por la bondadosa y caritativa dama cienfueguera, que tanto ama la tierra natal, la señora Teresa Rabassa, esposa del reputado comerciante y banquero Sr. José Ferrer. Aquel kiosco es un piadoso recuerdo. Señala el preciso lugar en que se realizó el sacrificio de Mari-Lope. ¿Qué quién era Mari-Lope? Imagínate, lector, una tierna y hermosa mestiza de español e india, que heredara del padre las facciones caucásicas y de la madre el tinto dorado de la piel, la negrura del pelo y de los ojos, la mirada ingenua y el natural sencillo. Era de genio vivo y alegre, hacendosa, enamorada de las flores y apasionada al canto. Con el mismo cariño con que cultivaba sus silvestres flores, cuidaba de las palomas y pájaros con mimo domesticados. Nadie como ella cantaba con más unción, los areitos religiosos, ni con más ardor los cantos guerreros, ni con más dulzura las historias amorosas de siboneyes y piratas. A todos sonreía con ingenua pureza, a ninguno despreciaba por baja que fuera su condición, pero a nadie mostraba predilección especial, como no fuera a los que le dieron el sér. Educada por un padre profundamente piadoso, había germinado en ella y florecido lozano el místico amor por lo divino. Su espíritu iluminado se recreaba en las cosas y figuras celestiales; su alma flotaba siempre entre las nubes y reflejos de la gloria y su más ardiente aspiración era ir al eterno Paraíso celestial ofrecido por Cristo a sus adeptos. Tal era Mari-Lope, la tierna y hermosa doncella. De más está decir que la admiraban y requerían de amores todos los jóvenes siboneyes de la comarca, de los que siempre había rondando alguno por las cercanías del bohío de Mari-Lope, que se levantaba próximo a los terreros que hoy ocupa el edificio, en construcción, del Yacht Club. Ella, casta y pura, consagrada a sus flores y aladas avecillas repartía los tesoros de su amor entre los que le habían dado el ser y Dios. Como en el caso de Azurina, hubo de penetrar en la bahía de Jagua una nave filibustera, en busca de reparación. La capitaneaba Jean el Temerario, pirata feroz, de mala entraña y peores instintos, joven todavía y de arrogante figura. Desfiguraban su rostro atezado, la dureza de la mirada y enorme cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Al ver a Mari-Lope, concibió por ella ardiente pasión, y sintió el deseo de poseerla; pero cuantas veces se acercó para hablarle de amores, otras tantas fue cortésmente rechazado. Tenaz y terco, no se dio por vencido el pirata, confiando que, si no de agrado, por fuerza había de obtener lo que se proponía. Una tarde la vio paseando en la solitaria playa. Cauteloso se acercó. - Y bien, Mari-Lope -la dijo,- ¿persistes en despreciar mi amor? - He prometido no ser de ningún hombre; pertenezco a Dios. Jean era a su modo creyente, pero en aquel momento sintió el aguijón de los celos del Ser Supremo que le disputaba el amor de la mujer que él adoraba. - Mari -arguyó- el amor a Dios no puede impedirte que me correspondas. - Es inútil, no insistas. No te amo. Puedo ser tu amiga, no tu amante. - Soy rico y valiente, señor de estos mares, que surco con mi bajel sin temor a nadie. Poseo inmensos tesoros y libre soy de apoderarme de cuantas riquezas estén a mi alcance. Ven conmigo; serás reina y señora, mis marineros tus vasallos, conquistaré para tí una isla, tendrás ricos trajes de seda y brocados, joyas las más costosas, esclavos dispuestos siempre a servirte y a satisfacer el menor de tus caprichos. Mari-Lope movió negativamente la cabeza y se limitó a responder. - Guarda para tí las riquezas que me ofreces: no las necesito. No puedo ser tuya, porque soy de Dios. Frenético de pasión y exacerbado por la negativa, Jean se acerca a Mari e intenta abrazarla. Logra ella, con esfuerzo sobrehumano, desprenderse de los hercúleos brazos que la enlazan y emprende veloz carrera. Próxima al hogar y cuando ya creía segura su salvación, algunos marineros de Jean salieron a su encuentro y a viva fuerza la detuvieron. Cuando llegó el pirata y quiso de nuevo retenerla entre sus brazos, brotó milagrosamente de la tierra, entre la doncella y su perseguidor, un tunal de agudas y penetrantes espinas. Jean, fuera de sí, saca del cinto su pistolete y dispara, hiriendo en la frente a Mari, que cae desplomada, al tiempo que una paloma de blancas alas se remonta por el aire y se pierde tras una nube. El brillo de un relámpago deslumbró a los piratas que al volver en sí vieron arder el cadáver de Jean y el tunal que tan prodigiosamente había brotado. En el lugar que éste ocupara, surge una rústica cruz, hecha de añoso tronco de cují, y como formando la peana de la cruz, aparecen hermosas flores color de azufre. La fantasía popular, siempre poética y creadora, representa a Mari vistiendo larga túnica amarilla, con una tosca cruz de madera al pecho, y tocada de largo y flotante cendal, coronada de flores de cují, llevando en la mano una cesta llena de las flores que llevan su nombre: Mari-Lope. Así termina la tradición. Lector curioso y amante de las glorias de Cienfuegos, si alguna vez sientes el peso de la vida y tu espíritu flaquea, dirígete a las salobres orillas de Tureira y fija tu mirada en la modesta flor de Mari-Lope. Es recuerdo que debe su origen legendario a la pura y candorosa doncella que llevó su nombre. Si la senda del deber se te hace espinosa, si las púas de la vida rompen tu corazón, si tu alma gime amargada por las hieles de la vida, si el presente es sombrío y el porvenir te aterra, recuerda con amor que una débil doncella te dio ejemplo de heroísmo y que supo morir, pero no ceder ante la fuerza bruta que la perseguía; saluda respetuoso y besa con cariño a la flor modesta a la que nuestros antepasados dieron el nombre de Mari-Lope en recuerdo de la heroína que ofrendó a Dios amores y vida.

 

 

AZURINA 

Transcurrieron bastante años desde el día en que el bueno de Joseph Díaz se estableció en Jagua. El sol había curtido y tostado su rostro y el tiempo blanqueado sus cabellos; pero en contacto siempre con la madre naturaleza, ajeno a las angustias, trabajos y sinsabores que proporciona la civilización, gozaba de fuerza, salud y alegría, dispuesto siempre a ayudar con su esfuerzo y consejos a los sencillos siboneyes, y siendo por estos querido y respetado.Hemos insinuado que Díaz mantenía relaciones con los piratas que frecuentaban aquellas costas, y podemos añadir que no eran pecaminosas, pues Díaz no tomaba parte en las fechorías de aquellos, limitándose a contratos que no podía eludir, so pena de convertirlos en peligrosos enemigos.Cierto día recibió en su modesto bohío de Tureira la visita de un famoso pirata, cuyo nombre no se ha cuidado de trasmitirnos la tradición. Le acompañaba una hermosa mujer, de aspecto enfermizo, y cuyas formas dejaban adivinar que no tardaría en ser madre.- José Díaz -díjole el pirata-, eres hombre bueno y honrado, en que un desalmado como yo puede fiar. Vengo a pedirte un favor, por el que te daré lo que pidas.- No pongo precio a mis favores,- limitóse a contestar.- Pero yo sé pagarlos para no tener que agradecerlos. Voy a dejar en tu casa y a tu cuidado a esta mujer.- ¿Tu hija?- pregunto Díaz.- No.- Tu esposa tal vez.- Nada debe importarte lo que ella sea para mí. Te basta saber que me intereso por ella, y sobre todo, por el ser que lleva en sus entrañas. Cuídala con solicitud, porque ha perdido la razón, y cuando sea madre, toma al hijo bajo tu protección y sírvele de padre.Así lo prometió Díaz, y seguro del cumplimiento se retiró el pirata, dejando en el bohío junto con la joven, buen numero de arcas y cofres, que hizo traer por sus marineros, y que contenían preciosos trajes, ricas joyas, odoríferas resinas y perfumadas raíces, cuanto pudiera apetecer la dama mas coqueta y encaprichada. Sin embargo, nada de ello parecía interesar a Estrella, -que tal era el nombre de la joven, -quien permanecía quieta, muda, insensible a ruegos y preguntas, vaga la mirada, como perdida en el vacío. Tan solo de vez en cuando, adquirían sus ojos dolorosa expresión, y se movían sus descoloridos labios, pronunciando aisladas palabras, sin ilación ni sentido. Fugaces alucinaciones la dejaban postrada, con leves temblores en todo el cuerpo.¿Quién era aquella mujer? ¿Que terrible misterio encerraba su vida? Imposible saberlo. Nada ella podía decir, y nada el pirata había dejado entrever. Podía ser una cautiva, retenida violentamente por el pirata, sumida en la locura tras una gran tragedia. Díaz tenia esperanzas de conocer la verdad de boca de la misma joven, a la que prodigaba los más solícitos cuidados y atenciones. Desgraciadamente, si bien mejoro algo de salud, no recobro la razón; y cuando a los pocos meses dio a luz, sucumbió en el parto, llevándose a la tumba el misterio de su vida. El tierno ser que dejo en el mundo, era una preciosa niña, a la que Díaz bautizo con el nombre de Azurina. (Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919.)  

LA DAMA AZUL 

Infestado el mar de las Antillas de piratas, mostraban especial predilección por las costas de Cuba. No contentos con atacar las embarcaciones de alto bordo y las dedicadas al cabotaje, atrevíanse a hacer desembarcos en la isla y saquear sus haciendas y poblados, llegando en su osadía hasta a penetrar, en los primeros tiempos coloniales, en La Habana, Santiago de Cuba y otras poblaciones de importancia.La época y el estado indefenso de la isla eran propicios para tales desafueros. El oficio de bandido de mar era remunerador, y los peligros no tantos que lo hicieran inapetecible. España no disponía de buques suficientes para perseguir de modo activo a los piratas, y éstos, por otra parte, tenían buenas guaridas en islas y cayos.El puerto de Jagua era muy visitado por los piratas caimaneros. Su gran extensión, de más de 56 millas cuadradas y especial naturaleza, favorecían las visitas, que nada tenían de agradables para los establecidos en aquellos parajes. Los piratas podían internarse con impunidad dentro de la bahía y permanecer ocultos en las numerosas ensenadas todo el tiempo que les convenía. Fiados en su número y armas, iban de excursión por los alrededores, robando y saqueando bohíos y haciendas, y llevándose en rehenes a los pobladores que caían en su poder, y no los soltaban sin previo y a veces crecido rescate.Para evitar tan peligrosas incursiones, tratóse en 1682 de fortificar el puerto de Jagua, proyecto que no se llevó a la práctica hasta 1742, erigiéndose sobre una pequeña altura, en la parte Oeste del cañón de entrada, donde forma recodo, el "Castillo de Nuestra Señora de los Angeles" conocido hoy con el breve nombre de "Castillo de Jagua". Dirigió su construcción el ingeniero militar Don José Tantete y no se concluyó hasta 1745. Se le dotó de diez cañones de diverso calibre, suponiendo eran bastantes para ahuyentar a los buques piratas. Pero no se contó que éstos disponían de pequeñas embarcaciones, y que podían introducirse dentro de la extensísima bahía por una de las bocas del Arimao, río que tiene dos brazos, uno que desagua en el mar y otro, conocido por "Derramadero de las Auras", que se dirige a la Laguna de Guanaroca, y comunica por un estero con la bahía. Y sucedió que a pesar del Castillo y de sus cañones, los atrevidos piratas seguían haciendo de las suyas con toda impunidad en la bahía, continuando en sus fechorías sin correr grandes peligros. Para cerrarles aquel camino, hubo de construirse una palizada -de la que todavía quedan vestigios- que cubría el "Derramadero de las auras", logrando así verse al fin libre la bahía de las periódicas e inconvenientes visitas de los piratas.Fué reputado el Castillo de Jagua, en su tiempo, como fortificación bastante buena, ocupando el tercer lugar entre las de la Isla, correspondiendo el primero y segundo, respectivamente, al Castillo del Morro de La Habana, y al de Santiago de Cuba. Hoy los tres castillos solo tienen valor como monumentos históricos.Puestos a hacer historia, antes de entrar en la leyenda, no estará de más decir que el primer Comandante del Castillo de Jagua, lo fué Don Juan Castilla Cabeza de Vaca, no sabemos si descendiente de aquel famoso Cabeza de Vaca, explorador y conquistador, pero si de que su esposa Doña Leonor de Cárdenas fue enterrada en la Capilla del Castillo y diez años más tarde lo fué allí también el Primer Capellán del mismo, Pbro. Don Martín Olivera. Castilla además de militar, era hombre de negocios y de iniciativa. Fomentó el primer ingenio de azúcar en Jagua, que estableció en terrenos de la hacienda "Caunao", de que era condueño, sita a una legua de la bahía. Bautizó dicho ingenio con el nombre de "Nuestra Señora de la Candelaria"; con el trascurso de los años pasó a la sucesión de Doña Antonia Guerrero. Fué esta señora la esposa de Don Agustín Santa Cruz, quien donó los terrenos donde está edificada la ciudad de Cienfuegos.Y dando de mano a la historia, ávida y enojosa, entraremos de nuevo en el campo de la leyenda, lleno de engañadores espejismos, pero siempre grato y entretenido.El Castillo de Jagua, aunque de construcción relativamente reciente, conserva sus historias y leyendas, que tuvieron origen en las nocturnas tertulias de los antiguos vecinos del lugar y que fueron transmitidas fielmente de generación en generación. Según una de esas tradiciones, en los primeros años de construido el Castillo de Jagua, a horas avanzadas de la noche, cuando la guarnición estaba descansando y los centinelas dormitaban, rendidos por la vigilia; cuando en el vecino caserío de marineros y pescadores todo era silencio; cuando reinaba la quietud y la soledad más solemnes, turbadas únicamente por el monótono ritmo de las olas, y la luna en lo alto del firmamento brillaba esplendente, envolviendo con su luz ténue la superficie tersa del mar y la abrupta de la tierra, entonces un ave rara, desconocida, venida de ignotas regiones, de gran tamaño y blanco plumaje, hendía veloz el espacio y dirigiéndose al Castillo describía sobre él grandes espirales, a la vez que lanzaba agudos graznidos. Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla de la fortaleza, mejor dicho, se desprendía de las paredes, filtrándose a través de ellas, un fantasma, o sombra de mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas, y cubierta toda ella, de cabeza a pies, por un velo sutil, transparente, que flotaba en el aire. Y después de pasear por sobre los muros y almenas del Castillo, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.La fantástica visión, se repetía varias noches, produciendo el natural temor entre los soldados que guarnecían el Castillo, todos ellos curtidos veteranos que habían peleado en muchas y distintas ocasiones y que no podían ser tildados de cobardes; sin embargo, aquellos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por temor a ella llegaron a resistirse a cubrir de noche las guardias que les correspondían.Había en el Castillo un joven Alférez, recién llegado, arrogante y decidido que no creía en fantasmas ni apariciones de ultratumba, estimándolos productos de imaginaciones calenturientas o extraviadas. Rióse de buena gana el Alférez del temor de los soldados y para probarles lo infundado que era, se dispuso una noche a sustituir al centinela. Retiráronse los soldados a sus dormitorios y quedó el joven Alférez paseando, tranquilo y sereno, en la explanada superior del Castillo, sin más arma que su espada.Hermosa era la noche. Brillaban las estrellas en el firmamento, palidecía su luz por la intensa de la luna. El mar en calma susurraba dulcemente la eterna canción de las olas. De la tierra dormida ni el más leve ruido surgía. El ambiente era de calma y de recogimiento. El temerario Alférez, para distraer las monótonas horas, paseaba y pensaba en su mujer ausente en lejana tierra...De pronto oyó penetrante graznido y gran batir de alas. En el preciso momento, el reloj del Castillo daba la primera campanada de las doce. Levantó el Alférez la cabeza y vió la extraña ave de blanco plumaje describiendo grandes círculos sobre la fortaleza. Y de las paredes de la capilla, vió surgir y avanzar hacia él, a la misteriosa aparición que los soldados habían dado en llamar la Dama Azul, por el color del rico traje que vestía.El Alférez sintió que el corazón le daba un vuelco, mas por el esfuerzo de su férrea voluntad dominó los nervios, y fué decidido al encuentro del fantasma...¿Qué pasó entre la Dama Azul y el Alférez? No lo hemos podido averiguar.El momento más culminante de esta leyenda, permanece en el misterio. Pero, sí podemos decir, para satisfacer la natural curiosidad del lector, que a la mañana siguiente de aquella noche fatal, los soldados hallaron a su Alférez tendido en el suelo, sin conocimiento, y al lado, una calavera, un rico manto azul y la espada partida en dos pedazos.Don Gonzalo, que tal era el nombre del joven militar, recobróse pronto de su letargo, pero perdida la razón, y tuvo que ser recluido en un manicomio. En su extraña locura, veía siempre un fantasma, al que en vano acometía, pues al primer intento se desvanecía en el espacio, para aparecérsele de nuevo poco después.Con respecto a la personalidad del supuesto o real fantasma de la Dama Azul, la leyenda guarda prudente silencio.No sabemos si la tradición tiene por origen el castigo de alguna dama que vivió reclusa entre aquellos muros y que la rica fantasía tropical revistió su recuerdo con sobrenatural colorido, o es la creación poética de un cuento engalanado por el transcurso de los años, con los atavíos de nocturnas consejas, narradas junto al hogar o en la arenosa playa.Y todavía es creencia del vulgo supersticioso, que la Dama Azul hace de tarde en tarde sus apariciones, paseando impávida sobre los muros de la hoy abandonada y casi derruida fortaleza. A los primeros rayos de la aurora, se lanza al aire y dando lastimeros gritos se pierde en el boscaje del inmediato Caletón.   

LA VENUS NEGRA 

Un día cuando un grupo de colonos visitó por primera vez Cayo Loco se encontró en él a una mujer negra muy joven y sin más vestido que los que le dio la propia naturaleza. Era de rara belleza y su cuerpo tan perfecto que cualquier artista la hubiera considerado un modelo de belleza femenina, fue tal la admiración sentida por los colonos que la llamaron la Venus Negra.
A ver a los colonos huyó la mujer, corrieron tras ella y lograron darle alcance pero a cuantas preguntas le hacían permanecía en silencio mirándolos con sus grandes ojos negros. Entonces comprendieron que no hablaba porque era muda.
Era la única moradora del Cayo y adornaba su espléndida desnudez con collares y pulseras formadas con cuencas de semillas de bejucos, árboles, conchas y caracoles marinos. Iban con ella a todas partes dos aliadas compañeras; una garza azul y una paloma blanca.
Uno de los colonos por compasión la llevó a su casa, le dio de comer y le regaló vestidos, el hombre creyó que a cambio de su acción la hermosa negra haría los trabajos domésticos que se le ordenaran pero La Venus Negra al verse cautiva protestó con hechos. Permanecía horas y horas en los rincones sin comer.
La infeliz mujer adelgazó de forma alarmante y ante el temor de que pereciera, el colono la llevó nuevamente a Cayo Loco para que continuara viviendo libre en plena naturaleza en compañía de sus fieles compañeras y alimentándose de frutas silvestres, cangrejos, ostras y otros mariscos.
Pasó el tiempo y en una tarde del año 1876 mientras era descargado un gran convoy militar entró a una de las casas del lugar una mujer negra ya anciana. Iba completamente desnuda cubriendo su cuerpo con un collar de cuencas rojas, blancas y azules, se negó a vestirse y a comer la abundante y variada comida, devorando con rapidez yucas, plátanos y boniatos sin cocer. A la mañana siguiente cuando fueron en su busca hallaron solamente los collares.
Aquella mujer era la Venus Negra a quien el tiempo había despojado de su juvenil belleza. Fue la ultima vez que la vieron, desapareció misteriosamente y nunca más se supo de ella.
La fantasía popular siempre poética y creadora afirma que la Venus Negra en las noches sin luna y con preferencia en las lluviosas en que son más seguras la soledad y el silencio abandona su retiro y vaga por las calles solitarias llevando consuelo a los desvalidos y sueño reparador a los que padecen.
- No.- Tu esposa tal vez.- Nada debe importarte lo que ella sea para mí. Te basta saber que me intereso por ella, y sobre todo, por el ser que lleva en sus entrañas. Cuídala con solicitud, porque ha perdido la razón, y cuando sea madre, toma al hijo bajo tu protección y sírvele de padre.Así lo prometió Díaz, y seguro del cumplimiento se retiró el pirata, dejando en el bohío junto con la joven, buen numero de arcas y cofres, que hizo traer por sus marineros, y que contenían preciosos trajes, ricas joyas, odoríferas resinas y perfumadas raíces, cuanto pudiera apetecer la dama mas coqueta y encaprichada. Sin embargo, nada de ello parecía interesar a Estrella, -que tal era el nombre de la joven, -quien permanecía quieta, muda, insensible a ruegos y preguntas, vaga la mirada, como perdida en el vacío. Tan solo de vez en cuando, adquirían sus ojos dolorosa expresión, y se movían sus descoloridos labios, pronunciando aisladas palabras, sin ilación ni sentido. Fugaces alucinaciones la dejaban postrada, con leves temblores en todo el cuerpo.¿Quién era aquella mujer? ¿Que terrible misterio encerraba su vida? Imposible saberlo. Nada ella podía decir, y nada el pirata había dejado entrever. Podía ser una cautiva, retenida violentamente por el pirata, sumida en la locura tras una gran tragedia. Díaz tenia esperanzas de conocer la verdad de boca de la misma joven, a la que prodigaba los más solícitos cuidados y atenciones. Desgraciadamente, si bien mejoro algo de salud, no recobro la razón; y cuando a los pocos meses dio a luz, sucumbió en el parto, llevándose a la tumba el misterio de su vida. El tierno ser que dejo en el mundo, era una preciosa niña, a la que Díaz bautizo con el nombre de Azurina. (Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919.)  

GUANAROCA 

Al Sudeste de la hermosa bahía de Cienfuegos, se extiende una laguna salobre, en la que derrama parte de sus aguas el río Arimao.Es la laguna de Guanaroca, en cuya tersa superficie se refleja la pálida luna, la dulce Maroya de los siboneyes, productora del rocío y benéfica protectora del amor.Según la leyenda siboney, la laguna de Guanaroca es la verdadera representación de la luna en la tierra. ¿Conoces la poética tradición, lector? Tiene sabor agreste y primitivo, muy propio de las sencillas creencias de hombres que vivían en contacto directo con la naturaleza bravía, exuberante y cálida.En los tiempos más remotos, Huion, el sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y alumbrar a Ocon, la tierra, prodiga y feraz, pero huérfana todavía del humano ser. Huion tuvo un deseo: crear al hombre, para que hubiera quien le admirara y adorase, esperando todos los días su salida, y viese en él al poderoso señor del calor, la luz y la vida.Al mágico conjuro de Huion, surgió Hamao, el primer hombre. Ya tenía el astro rey quien lo adorara, lo saludara todas las mañanas con respetuosa alegría desde los alegres valles y altas montañas. Esto le bastaba a Huion y no se preocupó mas de Hamao, a quien el gran amor que por su creador sentía, no bastaba a llenarle el corazón. Veíase solo, en medio de una naturaleza espléndida, dotada de una vegetación exuberante, poblada de seres que se juntaban para amarse. En medio de la universal manifestación de vida y amor, sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su vida solitaria.La sensible y dulce Maroya, la luna, compadecióse de Hamao, y para dulcificar su existencia, dióle una compañera, creando a Guanaroca, o sea, la primera mujer. Grande fué la alegría del primer hombre. Al fin tenia un sér con quien compartir goces y penas, alegrías y tristezas, diversiones y trabajos. Los dos se amaron, con frenesí, con inacabable pasión, sin saber todavía lo que era el hastío. De su unión nació Imao, el primer hijo.Guanaroca, madre al fin, puso en el hijo todo su cariño, y el padre, celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de arrebatárselo. Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento, produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la rama de un árbol.Notando Guanaroca, al despertar, la ausencia del esposo y del hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya, rendida por el cansancio, iba a caer al suelo, cuando el grito estridente de un pájaro negro, probablemente el judío, hízole levantar la cabeza, fijándose entonces en el güiro que colgaba en la rama del próximo árbol. Sea por la innata curiosidad que ya se manifestaba en la primera mujer, o por un extraño presentimiento, Guanaroca sintióse compelida a subir al árbol y coger el güiro. Observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su interior el cadáver del hijo adorado. Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo; al romperse vio con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distinto tamaño y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera: los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por orden de tamaño, los otros cayos. Las lagrimas ardientes y salobres de la madre infeliz, que lloraba sin consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.(Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919.)  

JAGUA 

Hamao, con los celos que en su corazón sembrara el dios del mal, había sentido el primer dolor; Guanaroca, con la pérdida de su hijo, la pena primera y la más grande que una madre puede sufrir. Hamao comprendió tardíamente lo irracional de sus celos y llegó a vislumbrar el amor de padre. Guanaroca perdonó, y tras el perdón vino su segundo hijo: Caunao. Tranquila y feliz fue su infancia, bajo la constante protección de la madre cariñosa. El niño se hizo hombre, y comenzó a sentirse invadido de vaga inquietud, de profunda tristeza. No podía darse cuenta de aquel su estado de ánimo, que le hacia indiferente la vida. Un día, al volver a su solitario bohío, detúvose a contemplar a dos pajaritos que en la rama de un árbol se acariciaban. Entonces comprendió el motivo de su pena. Estaba solo en el mundo, no tenía una compañera a la que acariciar y de la cual recibir caricias, a la que pudiera contar sus penas, sus alegrías, sus ilusiones, sus esperanzas.Solo existía en la tierra una mujer, pero ésta era Guanaroca, la que le había dado la existencia.Vagando por los campos, trataba en vano de distraer su soledad, y se fijó en un árbol lozano, de bastante elevación y redondeada copa.De sus ramas pendían los frutos en abundancia, frutos grandes y ovalados, de color pardusco. En plena madurez muchos de ellos, se desprendían del árbol y caían al suelo, mostrando algunos, al reventar, su carnosidad sembrada de pequeñas semillas.Caunao sintió un deseo irresistible de probar aquel fruto, y cogiendo uno de los más hermosos, le hincó, ávido, los dientes. Su gusto era agridulce, y siéndole grato al paladar, halló en aquel manjar extraño que de manera prodiga le ofrecía la naturaleza, abundante y regalado alimento.Tanto le gustó, que fue a su bohío en busca de un catauro de yagua, con la intención de llenarlo con los raros y para él sabrosos frutos.De vuelta, empezó Caunao por reunirlos todos en un montón, e iba a empezar a colocarlos en el catauro, cuando un rayo de luna, hiriendo a los frutos en desorden amontonados, hizo brotar de ellos un ser maravilloso, de sexo distinto al de Caunao.Era una mujer. Mujer joven, hermosa, risueña, de formas bellamente modeladas; de piel aterciopelada, color de oro; de ojos expresivos, grandes y acariciadores; de boca roja y sonriente; de larga, negrísima y abundante cabellera.Caunao la contempló con éxtasis creciente. Como por encanto sintió que de su corazón huían la tristeza y la melancolía, expulsadas por la alegría y el amor. Ya no cruzaría solitario el camino de la vida. Tenía a quien amar y de quien ser amado.Aquella hermosa compañera surgida, al contacto de un rayo lunar, del montón de la madura fruta, era un presente de Maroya, la diosa de la noche, que del mismo modo que había disipado la soledad de Hamao, el primer hombre, enviándole a Guanaroca, la primera mujer, quería también alegrar la existencia de Caunao, el hijo de aquéllos, haciéndole el regalo de otra mujer.Caunao la amó desde el primer momento con todo el ardor de que era capaz su joven corazón sediento de caricias. La hizo suya y fue madre de sus hijos.Aquella segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Y con el nombre de Jagua también se designó el árbol de cuyo fruto había salido la mujer, y por cuyo hecho se le consideró sagrado. Jagua, la esposa de Caunao, fué la que dictó las leyes a los naturales, los pacíficos siboneyes, la que les enseñó el arte de la pesca y de la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de curar las enfermedades.Guanaroca fué la madre de los primeros hombres; Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de Guanaroca, madre de Caunao, engendraron en las hijas de Jagua; y de aquellas primeras parejas salieron todos los humanos seres que pueblan la tierra.Según la tradición dominicana, Cihualohuatl, la mujer culebra, fué la Eva mitológica que daba a luz de dos en dos, siempre varón y hembra, para facilitar así la reproducción y perpetuación de la especie.La tradición siboney es mas moral. Guanaroca, la Eva cubana, solo tiene hijos varones, y a su vez Jagua, la segunda Eva, solo hembras, uniéndose luego unos y otras por parejas para la reproducción.(Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919)  

AYCAYIA

 De las siete hermosas bailadoras y cantadoras que tenia el cacique en su corte, seis perecieron en el naufragio de la piragua; la que había escapado a la muerte, -bien por su involuntario retardo al entretenerse en su tocado, o porque previamente fuera advertida por el behique que sentía por ella especial predilección-, llamábase Aycayia y era de las siete la más hermosa, la que bailaba con más arte y cantaba con más dulce y melodiosa voz. Así no es de extrañar que ella sola siguiera perturbando la tranquilidad de la grey, alejando a los hombres del trabajo, apartándolos del cumplimiento de sus deberes guerreros y llevando la desunión a los hogares.De nuevo se reunieron en consejo el cacique, los ancianos y behiques, y por segunda vez acudieron en consulta al todopoderoso Cemí que les habló de este modo- Aycayia encarna el pecado, el pecado de la belleza, del arte y del amor. Proporciona a los hombres el placer; pero les hace sus esclavos, robándoles la voluntad. Y su diabólica fuerza está en que satisfaciendo a todos, no se entrega a ninguno. Virgen es y virgen morirá. Si queréis vivir tranquilos, arrojadla de vuestro seno.El consejo del Cemí fué seguido. Aycayia, condenada a vivir aisladamente en compañía de una anciana llamada Guanayoa, fue llevada a un solitario lugar llamado hoy Punta Majagua. Desgraciadamente, no por ello mejoró la situación. Era tal el imperio que sobre los hombres ejercía la bella bailarina, que a diario acudían a Punta majagua los siboneyes, abandonando trabajos y hogares, con el solo objeto de ver a Aycayia ejecutando sus danzas maravillosas, en las que hacia prodigios de agilidad y destreza, y oírla cantar con su voz dulce y acariciadora.Como es natural, todos rivalizaban en obsequiarla, llevándole frutos, plumas, conchas, laminillas de oro y otros adornos propios para satisfacer la femenil vanidad; y ella a todos sonreía y de todos aceptaba el obsequio, sin que ninguno pudiera jactarse de ser el preferido.Las pobres indias de Jagua se veían abandonadas, las casadas de sus esposos, las doncellas de sus novios, quienes solo tenían ojos y oídos para la incomparable Aycayia. Acudieron en queja al cacique, y este la traslado al behique principal, que trató en vano de que las descarriadas ovejas volvieran al redil. La bella desterrada, podía más que todas las amenazas y conveniencias.Entonces el behique acudió al medio supremo infalible: consulto por tercera vez al Cemí de la diosa Jagua, quien le entregó unas pequeñas semillas de color negro, a la vez que le daba las siguientes instrucciones:- Estas semillas, son un amuleto contra el olvido y la infidelidad. Entrégalas a las mujeres, encargándoles que las siembren en sus huertos. Cuando florezcan, cesaran sus inquietudes y congojas y obtendrán de nuevo el cariño de sus novios y esposos.Las semillas, con solícito cuidado plantadas por las mujeres, dieron origen al árbol conocido hoy con el nombre de Majagua o Demajagua, que significa de Madre Jagua, cuyas hojas, flores y madera son consideradas desde aquel entonces como amuleto o preventivo de la infidelidad conyugal.Crecieron los árboles y al brote de sus primeras flores, sobrevino un violento huracán, que barrió la barbacoa o casa alta sobre el agua que ocupaban Aycayia y su anciana acompañante. Las olas enfurecidas arrastraron a las dos mujeres al mar. La joven fue transformada en ondina o sirena, y la vieja en tortuga, terminando así el funesto y avasallador imperio que la bella y sin igual Aycayia ejercía sobre los siboneyes de Jagua.No está conteste la tradición respecto a la actuación de Aycayia en el mar. Unos la suponen ondina solitaria, vagando dentro de la bahía de Jagua o en el mar libre, soplando en un enorme y nacarado cobo, gran caracol de nuestros mares antillanos cuyo bronco sonido se confunde con el ruido que hace Caorao, el dios de la tempestad. Otros, en cambio, la creen acompañada, cabalgando sobre Guanayoa, convertida en enorme y asquerosa tortuga, pero también soplando en el cobo, condenada eternamente a vagar por el mar embravecido, purgando el pecado de haber sido en la tierra, bella, seductora y virgen.(Tomado del Libro: "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos", de Adrián del Valle, 1919.)  

 

Mitos y Leyendas

Mitos y Leyendas

El mito de Fedra (Faidra)

Fedra es hija de Minos (rey de Creta) y Pacifae (hija de Helio, madre del minotauro), y hermana de Ariadna (ayuda a Teseo a matar el minotauro).

Deucalión (hermano de Fedra y rey de Creta) decide que su hermana contraerá matrimonio con Teseo (rey de Atenas), quien según algunas versiones ya estaba casado con una amazona (Antíope, Hipólita), a quien aparentemente había raptado. El día de la boda entre Teseo y Fedra se produjo una guerra con las amazonas, y éstas perdieron.

El motivo de la guerra varía según la versión, pues hay quienes creen que la guerra era producto del rescate que las amazonas iban a hacer de Hipolita, secuestrada vilmente por Teseo. Otros opinan que más bien ellas atacaban para resarcir a Hipólita, quien había sido repudiada por Teseo al casarse con Fedra.

El ataque ocurre el mismo día de la boda entre Fedra y Teseo, y Hipólita muere. Según algunos lucha contra las amazonas y sólo al morir ella Teseo decide casarse con Fedra, y para otros, los atenienses logran defender a su rey y matar a Hipólita. Incluso, hay quienes siguen una tradición oscura que indica como Teseo mismo inmolaba a Hipólita para cumplir con un oráculo.

Hipólita y Teseo habían tenido un hijo llamado Hipólito. El joven era hermoso y casto y Fedra sin poder vitarlo se enamoró de él perdidamente. Hipólito debido a su castidad y al respeto por su padre rechaza a Fedra, pues una relación entre ellos habría sido incestuosa, ya que ella era la esposa de su padre y él habría tenido que profanar el lecho paterno.

Fedra entonces empieza a preocuparse porque Teseo, su esposo nunca se llegue a enterar de su secreto amor y cree que Hipólito es capaz de contarle en un acto de fidelidad y honestidad. Para evitarlo y así conservar su honra, Fedra hace creer a Teseo que Hipolito había tratado de ultrajarla.

El padre llevado por la cólera, manda a desterrar a su hijo y pide a Poseidón su muerte. Hipólito cumple los designios de Poseidón y muere arrastrado por sus caballos.

Entonces Fedra, abrumada por la culpa decide suicidarse y se ahorca. El gran trágico Eurípides se encargó de mostrar dos versiones de esta tragedia de la que se conserva una y es la fuente más conocida para el mito. De acuerdo con esta tragedia, Fedra se quita la vida antes de que Hipolito muera dejando una carta que evidenciaba supuestamente la culpa de Hipolito, ante lo cual el padre exige castigo y luego el joven muere perdonando a su padre, quien al final descubre la verdad.

El mito de Atalanta
(
Atalanth)

Atalanta fue una heroína vinculada al ciclo arcadio como relacionada con las leyendas beocias, consagrada a Artemisa y reconocida por sus inmejorables habilidades para la caza.

Sus orígenes varían según la versión del mito. Así, puede considerarse como hija de Yaso, descendiente de Árcade, y de Clímene, quiene era hija de Minia rey de Orcómeno. Para Eurípides y otros, su padre es más bien Ménalo, por quien la isla Ménalo fue nombrada. Sin embargo, la versión más difundida, especialmente desde Hesíodo, es en la que Atalanta es hija de Atamante y Temisto, gracias a lo cual se relaciona con la cultura beocia.

Su padre quería únicamente hijos varones y por eso al nacer Atalanta, la abandonó en el monte Partenio a su suerte. Ella pudo sobrevivir gracias a que una osa la cuidó y la amamantó, hasta que unos cazadores la encontraron y decidieron criarla.

Una vez que se convirtió en una bella y ágil mujer, Atalanta decidió no casarse y mantenerse virgen para consagrarse a la diosa de la cacería, Artemisa, a quien emulaba con sus acciones. Por ello, Atalanta vivía en el bosque cazando y llegó a ser una de las cazadoras más renombradas de la antigüedad.

Como mujer que era enfrentó muchos peligros, como cuando dos centauros -Reco e Hileo- quisieron violarla, pero ella siempre pudo defenderse gracias a sus inigualables habilidades, y mató a los centauros con sus flechas. Su fama se difundió sobre todo después de participar en la cacería del jabalí de Calidón y luego de obtener el premio a la carrera en los juegos fúnebres organizados en nombre de Pelias, donde compitió con Peleo, padre de Aquiles, el de los pies ligeros, héroe del ciclo toryano.

Además de estar consagrada a Artemisa, lo que implicaba que debía mantenerse virgen, Atalanta había recibido un oráculo en el que se le anunciaba que el día en que se casara, iba a ser convertida en animal. Por ello, y para evitar cualquier pretendiente, anunció que su esposo sería sólo aquel que lograra vencerla en la carrera, con la condición de que si ella triunfaba, debía matar a su oponente. Sin embargo, a pesar del peligro, muchos lo intentaron e irremediablemente perecieron, pues ella era invencible, aún cuando la joven siempre les daba alguna ventaja al inicio de la carrera.

Ahora bien, como era de esperarse apareció el joven que logró vencer a Atalanta en la competencia. En algunas versiones se dice que fue Hipómenes, hijo de Megareo, o también Melanión, hijo de Anfidamante y por tanto primo hermano de la cazadora virgen, cuando se la considera hija de Yaso.

El apuesto oponente decidió probar suerte en la carrera para obtener la mano de Atalanta, pero tenía una gran ventaja y es que llevaba con él unas manzanas de oro que le había regalado Afrodita, diosa del amor, y que procedían probablemente del jardín de las Hespérides o de un santuario de la diosa en Chipre. Durante la competencia, cada vez que Atalanta le iba a dar alcance, el joven dejaba caer una de las manzanas, que Atalanta se detenía a recoger, ya sea fascinada por su belleza o incluso dispuesta a dejarse engañar porque realmente había sido conquistada por el atrevido joven. En fin, como ella se distraía con cada manzana que caía, el joven pudo vencerla y así obtuvo su mano. La pareja muy enamorada vivió feliz durante un tiempo, compartiendo sus cacerías y hazañas. En una de estas persecuciones, los esposos entraron en un santuario de Zeus (auqnue a veces se dice que de Cibeles), y enemorados como estaban se detuvieron y gozaron de su amor. Zeus montó en cólera por el sacrilegio y transformó a la pareja en dos leones. Aparentemente, los griegos creían que los leones no se cruzaban entre sí, sino que lo hacían con los leopardos, de manera que al convertirlos a ambos en leones, Zeus estaba no sólo quitándoles su condición humana, sino condenándolos a una vida separada.

Otra versión de este suceso, es que después de la cacería en que el joven había vencido a Atalanta, éste no había agradecido a Afrodita su ayuda para poder vencer a la bella muchacha, y entonces la diosa molesta, provoca la profanación del templo, hecho por el cual Zeus los castiga y los convierte en leones.

Atalanta dio a luz un hijo, Partenopeo, que participó en la primera expedición de los siete contra Tébas. A veces se dice que este niño fue fruto de su matrimonio, pero también hay leyendas que indican que es hijo de Ares o de Meleagro.

Atalanta fue tan importante que de hecho hay varios mitógrafos, como Apolodoro, que la incluyen entre los Argonautas, grupo de héroes de la antigüedad que partió en un difícil viaje en busca del bellocino de oro. Ella, como era de esperarse, fue la única mujer que participó en esta travesía.

En Epidauro, estaba la fuente de Atalanta, y se decía que en una cacería, la joven tuvo sed por lo que golpeó la roca con su jabalina, de donde brotó al instante la fuente.

Atalanta es de gran importancia, pues simboliza la mujer contestaria que se rebeló contra todos los esquemas patriarcales de la Grecia antigua y logró obtener el respeto de sus contemporáneos así como de la posteridad.

Las Musas

Las musas son divinidades femeninas que presiden las artes y las ciencias, e inspiraban a los filósofos y a los poetas.

Aunque su número varíe según los autores, por lo general se acepta que son nueve, nacidas de nueve noches seguidas de amor entre Zeus y Mnemósine, una de las titánidas. Las musas son por lo tanto nietas de Urano, el Cielo, y Gea, la Tierra.

Estas diosas se presentan como cantantes en las fiestas de los dioses, y forman parte del séquito de Apolo. Su primer canto fue el de la victoria de los dioses del Olimpo sobre los Titanes y el establecimiento de un nuevo orden cósmico. Se decía también que acompañaban a los reyes, dándoles las palabras necesarias para gobernar, inspirándoles sabiduría y otorgándoles la virtud de la justicia y la clemencia, con la que se ganaban el amor de sus súbditos.

Las musas se encontraban con frecuencia en el monte Parnaso, que estaba consagrado a Apolo. A los pies de este monte se encontraba la fuente Castalia, en la que los artistas se purificaban antes de entrar al templo del dios. También tenían un santuario en el Helicón, la montaña más alta de Beocia, donde se encuentra la fuente Hipocrene, que surgió de una coz del caballo alado Pegaso.

La mayor y más distinguida de las musas es Calíope, que presidía la elocuencia y la poesía épica. Era representada con un estilete y una tabla de escritura. Varias leyendas la presentan como la madre de los cantores Orfeo y Linus.

Clío es la musa de la historia y de la poesía heróica. Se dice que fue quien introdujo el alfabeto fenicio en Grecia. Es también la madre de Jacinto, compañero de Apolo. Se la representa con frecuencia sosteniendo un rollo de pergamino.

Erato es la musa de la poesía amorosa, además de la mímica. En el arte se la muestra con una lira.

Euterpe es la musa de la poesía lírica y de la música. Se le atribuye la invención de la flauta doble, con la que es representada. 

Melpómene es la musa del teatro trágico. Usa los coturnos tradicionales de los actores, y es representada con un cuchillo en una mano y la máscara trágica en la otra.

Polimnia preside los himnos sagrados y la elocuencia. Aparece con frecuencia en una actitud meditativa, con la mirada seria y un codo apoyado en una columna. A veces se la muestra con un dedo sobre la boca, simbolizando el silencio y la discreción. 

Terpsícore es la musa de la danza y de los coros dramáticos. Se la representa sentada con una lira en las manos. Varias leyendas le atribuyen la maternidad de las sirenas. 

Talía preside el arte de la comedia y de la poesía pastoral. Sus atributos son la máscara de la comedia y el cayado de pastor. 

Urania es la protectora de los astrónomos y los astrólogos. En el arte aparece con una esfera en la mano izquierda y una espiga en la derecha. Está vestida con un manto cubierto de estrellas y mantiene la mirada hacia el cielo.

A pesar de su importancia, las musas aparecen en muy pocos mitos. Según una leyenda el rey Píero de Pieria, en Tracia, tenía nueve hijas que eran muy hábiles en el arte del canto. Estaban tan orgullosas de esta virtud que decidieron viajar hasta el Helicón y retar a las musas a una competencia, que las diosas aceptaron. Las piérides entonaron una canción maravillosa que incluso los pájaros enmudecieron al escucharlas, pero el canto de las musas conmovió hasta las piedras. Las piérides, derrotadas, fueron castigadas por su arrogancia; las musas las transformaron en urracas, cambiando sus voces por graznidos.

Más sobre las musas...

  Las Musas son ninfas relacionadas con ríos y fuentes. Engendradas por Zeus y Mnemósine, según Hesíodo, o por Urano y Gea, según alguna otra versión como la del poeta Alcmán, son capaces de inspirar toda clase de poesía, así como de narrar a un tiempo el presente, el pasado e incluso el futuro, dadas sus virtudes proféticas.   El número de estas deidades también admite variantes (tres, siete, etc), pero fue Hesíodo el primer poeta que, en su teogonía, citó un total de nueve, dándoles además estos nombres que, en griego, tienen un significado concreto: Clío, la que ofrece gloria; Euterpe, la muy placentera; Talía, la festiva; Melpómene, la melodiosa; Terpsícore, la que deleita en la danza; Érato, la amable; Polimnia, la de muchos himnos; Urania, la celestial; Calíope, la de la bella voz.

  Será más adelante, ya en época helenística (a partir del siglo IV a.C), cuando se les asigne a cada una de ellas un dominio o función propia dentro de la literatura. Se les atribuirán además una serie de emblemas característicos que son los que nos permiten reconocerlas y distinguirlas en las representaciones gráficas.

Calíope: Es la primera de todas en dignidad, la que ocupa un lugar de honor en el cortejo. Según Hesíodo, es la que asiste a los venerables reyes. Enseñó el canto a Aquiles, el famoso héroe griego de la Guerra de Troya, y es la protectora de la poesía épica.

Clío: Se le atribuye la Historia; de hecho, en las representaciones clásicas suele aparecer con un rollo de escritura en las manos.

Érato: Es la Musa de la lírica coral, especialmente de la poesía amorosa, y por ello su principal atributo es una lira, aunque en ocasiones aparece con el dios Amor a sus pies.

Euterpe: Relacionada con el arte de tocar la flauta.

Melpómene: Como Musa de la tragedia aparece representada con la máscara trágica y la maza.

Polimnia: Se le atribuye el arte de la pantomima, esto es, la mímica. En las representaciones era frecuente verla en actitud de meditación, apoyando los codos en un pedestal o roca y conun dedo sobre la boca.

Talía: Protectora de la comedia. Se la representaba como una joven risueña coronada de hiedra, con la máscara cómica y un cayado de pastor como atributos.

Terpsícore: A esta Musa se le asignaban la poesía ligera y, principalmente, la danza, así que era representada con una lira en situación de acompañar con su música a los coros de danzantes.

Urania: Musa de la astronomía.

  Las Musas son las cantoras divinas que con sus coros e himnos deleitan a Zeus y a los demás dioses en el Olimpo, su morada, bajo la dirección de Apolo. Otras veces descienden a la Tierra, actuando de mediadoras entre lo divino y los seres humanos gracias a la inspiración que transmiten a los poetas, proporcionándoles el conocimiento de lo Eterno.

  Hay que destacar el culto que se les rindió en Tracia, concretamente en Pieria, cerca del monte Olimpo (de ahí que en ocasiones reciban el nombre de Piérides) y en Beocia, en las laderas del monte Helicón. En este último lugar es donde cuenta Hesíodo que se le aparecieron y, dándole una vara de laurel a modo de cetro, le encomendaron componer su obra Teogonía.

  En su condición de inspiradoras de toda clase de Arte, son invocadas por los poetas al comienzo de sus obras para que les proporcionen las palabras adecuadas y les muestren los hechos verdaderos.

 

 

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