Los días grises de una niña
IVETTE GONZÁLEZ SALANUEVA
Aunque reside en un país que garantiza el bienestar y la integridad de la población infantil, una niña en Cuba no es del todo feliz. Se trata de Ivette González Salanueva, la hija menor de René González Sehwerert, uno de los cinco cubanos que permanecen injustamente encarcelados en los Estados Unidos. El advenimiento de esta nueva miembro el 24 de abril de 1998- ya tenían a Irmita, de catorce años- vino a engrandecer la felicidad de los González Salanueva. Sin embargo, cinco meses más tarde, la vida de Ivette y su familia cambiaría drásticamente.
La tragedia se adueñó de sus días desde el 12 de septiembre de aquel año, fecha en la que el FBI procedió al arresto de su padre, acusado de conspirar y operar como agente no registrado del gobierno de Cuba en aquella nación.
A partir de entonces, una dolorosa separación ha signado la relación de Ivette con su padre. Desde los primeros momentos posteriores al cruel encarcelamiento, ante Olga se han levantado las más disímiles barreras para impedir el acercamiento de su esposo con la benjamina.
Cuando se encontraba en confinamiento en solitario, Olga solicitó que a René le permitieran ver a sus hijas al menos brevemente, pero la administración del centro de detención negó la petición, alegando razones de seguridad penal. Conocedora de que en ocasiones René se encontraba cerca de una ventana, la esposa comenzó a pasearse por al acera del frente con la niña, de manera que él pudiera verla. Al encontrarse en un duodécimo piso, René sólo alcanzaba a divisar un mechón de pelo negro en los brazos de la madre.
Al empeorar su situación financiera, Olga se vio precisada a dejar a Ivette al cuidado de su bisabuela, para poder trabajar en donde le fuera posible conseguir empleo.
Ocho meses después del arresto, recibe la buena noticia de que podría ir a ver a René con las niñas. El encuentro no fue lo que esperaban. La visita duró varios minutos y no pudieron abrazarlo. Tal impacto causaría en Ivette la imagen de su padre encadenado a una silla, que comenzó a pronunciar "guau, guau", imitando el ladrido de un perro. No volvería a encontrarse con él por otras veinte semanas, hasta octubre del 2000.
Tras 17 largos meses de confinamiento en solitario, René se integra a la población penal común y se remueven las restricciones de visitas familiares. Ahora podría ver a su familia semanalmente. Olga e Irmita lo visitaban con regularidad, pero a la pequeña, al encontrarse en Saratosa al cuidado de la bisabuela, sólo la pudieron llevar alrededor de tres veces.
En agosto del año 2000, Olga Salanueva fue arrestada. Se le imputaba el haber violado la ley migratoria y lejos de ser remitida a un centro de internamiento, permaneció durante noventa días en una cárcel para reclusos de mala conducta.
A Olga no le permitieron visitas de contacto con sus hijas, sólo verlas una vez a través de un cristal. Por tanto, prefirió que no le llevaran a la pequeña Ivette. El 22 de noviembre del 2000, Ivette viaja a La Habana en compañía de su abuela paterna, Irma Sehwerert. Al día siguiente, Olga es deportada. Desde entonces, vive en Cuba con sus dos hijas.
LA ALEGRÍA DEL REENCUENTRO
Tras ocho años separados, René González y su hija Ivette pudieron, al fin, reunirse en la cárcel estadounidense de Marianna, Florida, el 30 de diciembre del 2006.
La niña acudió a verlo acompañada de su hermana Irma ante la criminal y ensañada decisión del gobierno estadounidense de impedir la presencia de Olga, su madre y esposa de René, derecho que le asiste a cualquier preso en el mundo. Fue la primera vez que no medió una línea telefónica o una misiva en el encuentro, desde que fueron abrupta e injustamente separados cuando la pequeña tenía apenas cuatro meses de nacida y descansaba con placidez sobre el pecho del padre.
Durante años, la familia González Salanueva ha luchado por tener la oportunidad de reunirse completa, mas no lo ha logrado. Los psicólogos aconsejaban que en el reunión de Ivette con René estuviera presente la madre, pero llegó el momento en que ya era necesario el reencuentro del papá con la pequeña.
Él le había pedido a su hija Irma que como el gobierno estadounidense impedía a su mamá visitarlo, fuera ella entonces quien llevara a la nena. "En cuanto mi papá salió, ella lo reconoció", expresó a la prensa la hermana mayor. "Le noté las lágrimas, y me sentí contenta porque lo vi más feliz", añadió. Ivette, por su parte, contó que lo besó y hablaron, pero ella hubiera querido tener allí también a su mamá.
Entretanto, a Olga Salanueva la borraron, incluso, de la lista de visitantes. Le niegan el derecho a entrar a Estados Unidos, cuando sólo desea ver a su esposo. "Ivette va a cumplir nueve años y no tenemos ni una foto familiar. ¿Hasta cuándo tendremos que esperar por una foto de un abrazo los cuatro juntos?", declaró hace poco a los medios.
La historia de Ivette y su familia ha estado permeada por la injusticia y la ignominia. Durante ocho años le negaron el derecho de visitar a su padre en compañía de su progenitora, tal como pretendía ésta a favor del bienestar para la pequeña. Sólo el pasado diciembre tuvo la oportunidad de estar con él, de darle el abrazo tantas veces esperado y aplazado una y otra vez.
Desde bebita, Ivette ha tenido que sortear las más disímiles dificultades por el sólo hecho de ser la hija de un hombre que velaba desde el seno de los Estados Unidos por la seguridad de los cubanos y de la propia población estadounidense. Cuántos planes vándalicos habrá podido frustrar René con sus acciones dentro de los grupos terroristas que operan desde ese país, para que niños como Ivette tuvieran cada día un despertar tranquilo. El precio que ha debido pagar esta familia, como las de los otro cuatro cubanos que guardan injusta prisión en la nación norteña, ha sido demasiado alto y habla del odio y de la manipulación política del caso de estos luchadores antiterroristas.
En todo este tiempo Ivette ha acompañado a su madre en la lucha por la liberación de su padre. Ha estado en diversos escenarios internacionales para hacer público su caso y denunciar la injusticia que contra ella se comete.
Aunque René ha estado afectivamente cerca de ella a lo largo de estos años, ha mantenido el amor hacia la familia, ha estado pendiente de su educación por medio de las llamadas telefónicas y las tiernas cartas que intercambian, éste no ha podido contactar con su "bebita del alma" como desearía y establecen los más elementales derechos humanos.
Ivette es una niña singular, que ha conocido los horrores de la injusticia y la animadversión. ¿Qué ha hecho para merecerlo?, se preguntará. A la altura de sus casi nueve años no tendrá, quizás, respuesta para eso. Sólo sabe, de seguro, que su padre es un simple luchador antiterrorista, un amante de la paz y de la seguridad de los pueblos. Y eso lo saben también miles en el mundo cuyas voces se alzan solidarias en enérgico clamor para que venza la verdad y los días de Ivette abandonen el gris para vestir de alegría
Aunque reside en un país que garantiza el bienestar y la integridad de la población infantil, una niña en Cuba no es del todo feliz. Se trata de Ivette González Salanueva, la hija menor de René González Sehwerert, uno de los cinco cubanos que permanecen injustamente encarcelados en los Estados Unidos. El advenimiento de esta nueva miembro el 24 de abril de 1998- ya tenían a Irmita, de catorce años- vino a engrandecer la felicidad de los González Salanueva. Sin embargo, cinco meses más tarde, la vida de Ivette y su familia cambiaría drásticamente.
La tragedia se adueñó de sus días desde el 12 de septiembre de aquel año, fecha en la que el FBI procedió al arresto de su padre, acusado de conspirar y operar como agente no registrado del gobierno de Cuba en aquella nación.
A partir de entonces, una dolorosa separación ha signado la relación de Ivette con su padre. Desde los primeros momentos posteriores al cruel encarcelamiento, ante Olga se han levantado las más disímiles barreras para impedir el acercamiento de su esposo con la benjamina.
Cuando se encontraba en confinamiento en solitario, Olga solicitó que a René le permitieran ver a sus hijas al menos brevemente, pero la administración del centro de detención negó la petición, alegando razones de seguridad penal. Conocedora de que en ocasiones René se encontraba cerca de una ventana, la esposa comenzó a pasearse por al acera del frente con la niña, de manera que él pudiera verla. Al encontrarse en un duodécimo piso, René sólo alcanzaba a divisar un mechón de pelo negro en los brazos de la madre.
Al empeorar su situación financiera, Olga se vio precisada a dejar a Ivette al cuidado de su bisabuela, para poder trabajar en donde le fuera posible conseguir empleo.
Ocho meses después del arresto, recibe la buena noticia de que podría ir a ver a René con las niñas. El encuentro no fue lo que esperaban. La visita duró varios minutos y no pudieron abrazarlo. Tal impacto causaría en Ivette la imagen de su padre encadenado a una silla, que comenzó a pronunciar "guau, guau", imitando el ladrido de un perro. No volvería a encontrarse con él por otras veinte semanas, hasta octubre del 2000.
Tras 17 largos meses de confinamiento en solitario, René se integra a la población penal común y se remueven las restricciones de visitas familiares. Ahora podría ver a su familia semanalmente. Olga e Irmita lo visitaban con regularidad, pero a la pequeña, al encontrarse en Saratosa al cuidado de la bisabuela, sólo la pudieron llevar alrededor de tres veces.
En agosto del año 2000, Olga Salanueva fue arrestada. Se le imputaba el haber violado la ley migratoria y lejos de ser remitida a un centro de internamiento, permaneció durante noventa días en una cárcel para reclusos de mala conducta.
A Olga no le permitieron visitas de contacto con sus hijas, sólo verlas una vez a través de un cristal. Por tanto, prefirió que no le llevaran a la pequeña Ivette. El 22 de noviembre del 2000, Ivette viaja a La Habana en compañía de su abuela paterna, Irma Sehwerert. Al día siguiente, Olga es deportada. Desde entonces, vive en Cuba con sus dos hijas.
LA ALEGRÍA DEL REENCUENTRO
Tras ocho años separados, René González y su hija Ivette pudieron, al fin, reunirse en la cárcel estadounidense de Marianna, Florida, el 30 de diciembre del 2006.
La niña acudió a verlo acompañada de su hermana Irma ante la criminal y ensañada decisión del gobierno estadounidense de impedir la presencia de Olga, su madre y esposa de René, derecho que le asiste a cualquier preso en el mundo. Fue la primera vez que no medió una línea telefónica o una misiva en el encuentro, desde que fueron abrupta e injustamente separados cuando la pequeña tenía apenas cuatro meses de nacida y descansaba con placidez sobre el pecho del padre.
Durante años, la familia González Salanueva ha luchado por tener la oportunidad de reunirse completa, mas no lo ha logrado. Los psicólogos aconsejaban que en el reunión de Ivette con René estuviera presente la madre, pero llegó el momento en que ya era necesario el reencuentro del papá con la pequeña.
Él le había pedido a su hija Irma que como el gobierno estadounidense impedía a su mamá visitarlo, fuera ella entonces quien llevara a la nena. "En cuanto mi papá salió, ella lo reconoció", expresó a la prensa la hermana mayor. "Le noté las lágrimas, y me sentí contenta porque lo vi más feliz", añadió. Ivette, por su parte, contó que lo besó y hablaron, pero ella hubiera querido tener allí también a su mamá.
Entretanto, a Olga Salanueva la borraron, incluso, de la lista de visitantes. Le niegan el derecho a entrar a Estados Unidos, cuando sólo desea ver a su esposo. "Ivette va a cumplir nueve años y no tenemos ni una foto familiar. ¿Hasta cuándo tendremos que esperar por una foto de un abrazo los cuatro juntos?", declaró hace poco a los medios.
La historia de Ivette y su familia ha estado permeada por la injusticia y la ignominia. Durante ocho años le negaron el derecho de visitar a su padre en compañía de su progenitora, tal como pretendía ésta a favor del bienestar para la pequeña. Sólo el pasado diciembre tuvo la oportunidad de estar con él, de darle el abrazo tantas veces esperado y aplazado una y otra vez.
Desde bebita, Ivette ha tenido que sortear las más disímiles dificultades por el sólo hecho de ser la hija de un hombre que velaba desde el seno de los Estados Unidos por la seguridad de los cubanos y de la propia población estadounidense. Cuántos planes vándalicos habrá podido frustrar René con sus acciones dentro de los grupos terroristas que operan desde ese país, para que niños como Ivette tuvieran cada día un despertar tranquilo. El precio que ha debido pagar esta familia, como las de los otro cuatro cubanos que guardan injusta prisión en la nación norteña, ha sido demasiado alto y habla del odio y de la manipulación política del caso de estos luchadores antiterroristas.
En todo este tiempo Ivette ha acompañado a su madre en la lucha por la liberación de su padre. Ha estado en diversos escenarios internacionales para hacer público su caso y denunciar la injusticia que contra ella se comete.
Aunque René ha estado afectivamente cerca de ella a lo largo de estos años, ha mantenido el amor hacia la familia, ha estado pendiente de su educación por medio de las llamadas telefónicas y las tiernas cartas que intercambian, éste no ha podido contactar con su "bebita del alma" como desearía y establecen los más elementales derechos humanos.
Ivette es una niña singular, que ha conocido los horrores de la injusticia y la animadversión. ¿Qué ha hecho para merecerlo?, se preguntará. A la altura de sus casi nueve años no tendrá, quizás, respuesta para eso. Sólo sabe, de seguro, que su padre es un simple luchador antiterrorista, un amante de la paz y de la seguridad de los pueblos. Y eso lo saben también miles en el mundo cuyas voces se alzan solidarias en enérgico clamor para que venza la verdad y los días de Ivette abandonen el gris para vestir de alegría
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