Ni invisibles ni olvidadas
Por Mercedes CARO NODARSE
“Yo toqué fondo (…)”, comenta Isabel. Tiene la voz entrecortada y en sus ojos afloran las lágrimas. “En 2003 sufrí un trauma psicológico -explica. Fue cuando mi hija salió del país y yo, después de largas décadas de labor, me jubilé…; resultó tal cual lo imaginé y sentí cómo la casa se me venía encima; entonces perdí por completo el sentido de la existencia, (…) busqué la ayuda de una especialista.
“Por aquellos días mi otra hija, médica, me dijo: ‘mami, tu vida necesita dar un giro, ¡tienes que ponerte a hacer algo!’”. Así lo hizo Isabel González López, residente en Cienfuegos, quien narra el acontecer de sus primeros tiempos de jubilación y de ausencias, sobre todo de las personas queridas.
Con frecuencia, cuando se alcanza la edad de retiro laboral, afloran dos sentimientos en la mente: por un lado, representa la convicción de la vejez; y por otro, la noción de que se ha dejado para siempre la vida útil o productiva.
Una buena parte de ellos asume esta etapa como la oportunidad de reencontrarse, emprender tareas para las cuales antes no tuvieron tiempo, o servir a la sociedad desde otras formas de participación. Sin embargo, no pocos sienten el suelo hundirse bajo sus pies cuando les llega ese momento, visto como un período proclive al estrés, el aislamiento o el ocio.
¿Qué hacer ante tales circunstancias? ¿Dejarse vencer por el desánimo? Lo mejor resulta encontrar alternativas con las cuales explotar las capacidades físicas y mentales. A la sazón, aparecen -y no como arte de magia- proyectos comunitarios capaces de fortalecer las estructuras y el poder local, a partir de la estimulación de una participación ciudadana y del logro de acciones integradas a nivel de procesos de producción y reproducción de la vida cotidiana en la dimensión local.
Encaminarse por esta vereda fue la decisión de varias jubiladas residentes en la zona de Pastorita, en la Perla del Sur, quienes en 2003 dieron forma al Proyecto Esperanza de la Comunidad, auspiciado por la Asociación Cubana de Artesanos Artistas(ACAA), al cual Isabel llegó un día para quedarse.
“Una noche observé en la televisión un documental donde confeccionaban muñecos. Al amanecer ya era otra persona. Había decidido dedicarme a hacer muñecas negras (…) y se las mostré a Sara Triana, quien ya agrupaba a las integrantes del Proyecto”, rememora la protagonista de esta historia.
“La nueva actividad me infundió aliento, descubrí dentro de mí el gusto por hacerlas, aunque mis manos eran torpes. Siempre agradeceré el apoyo de Sara, quien me instaba a seguir. Poco a poco fui mejorando mis producciones, hasta que en un evento de Mujer Creadora, realizado en mi antiguo centro de trabajo, obtuve el primer premio. Formar parte de este grupo me devolvió el sentido de la vida, he aprendido que los reveses han de aceptarse tanto como las victorias. Uno debe poner de su parte y continuar adelante”, acota Isabel.
“PASTORITA” TIENE SU GUARAREY…
La comunidad resulta esa congregación organizada de personas las cuales se perciben como una unidad social y cuyos miembros participan de algún rasgo, interés, objetivo, función u otro elemento común -de ahí el término-, con conciencia de pertenencia o no, situadas en una determinada área geográfica (urbana o rural) donde interaccionan.
En esa búsqueda de acciones comunes andaba Sara Triana Triana, cuyo nombre va ligado al de la agrupación de Pastorita. No recuerda quiénes o cuándo la nombraron su “responsable”, pero un detalle es cierto: si hoy existe se debe a la iniciativa suya y de otras que la acompañaron en el empeño, como Libia López, una mujer dada a la actividad constante y al quehacer artesanal, con esa motivación que la incita a movilizar el imaginario y crear desde la propia espiritualidad, como una manera de elevar la calidad de vida.
Sara se encarga en lo fundamental de coordinar las actividades, exposiciones y talleres. “Comenzamos siete en la casa de Alicia, y hoy ya sumamos 35. Aquí se aprende de corte y costura, tejido, bordado, muñequería y parchwork (trabajo de costura realizado con telas de distintos colores, combinadas, para conformar diferentes figuras); (…) las clases tienen la intención de preservar y socializar el ejercicio artesanal, heredado de la tradición francesa y española, y son impartidas por cada una de nosotras, quienes transmitimos ese caudal de conocimientos acerca de las manualidades -adquiridos a través de los años-, por ello nos hemos convertido en las ‘maestras’ de muchas otras mujeres”, explica.
“Diseñamos, incluso, temáticas para niñas y niños. Algunas compañeras han dado clases a las pequeñas de la comunidad, hubo grupos de hasta 24. Lo que sí nos falta es la incorporación del sexo masculino, y no porque renunciemos a su presencia, nos gustaría su incorporación, pues de alguna manera ampliaríamos los objetivos de esta ‘empresa’”, argumenta.
Juana Bárbara Suárez Francia era integrante del Proyecto aun antes de retirarse. De pequeña confeccionaba muñecas de trapo de manera empírica, pero al conocer de los talleres auspiciados por la agrupación resolvió un buen día asistir, con vistas a añadir conocimientos técnicos a lo que antes hacía por intuición.
“También concurrí a diferentes cursos ofrecidos por la ACAA hasta crear mi propio estilo. Hago de todo, pero mi fuerte son los muñecos de soga”, argumenta. En su opinión, la existencia del “Esperanza” marca una diferencia en la comunidad, pues quienes se agrupan en él son personas muy unidas entre sí. Somos un solo equipo, nos ayudamos mutuamente. Me siento muy bien y agradezco mucho pertenecer al grupo -asegura Juana. Esta es mi válvula de escape, cuando me pongo a trabajar en la muñequería hasta me olvido de mis problemas”.
La cultura, como proceso inherente a la dinámica de los grupos, tiene una base histórica, una gestión y evolución propia, la cual se manifiesta a través de múltiples expresiones y en diversos ámbitos de la vida social. Cada comunidad es creadora de una identidad, generada en un proceso espontáneo como respuesta, no necesariamente consciente, a la solución de las necesidades de desarrollo, planteadas por una población determinada.
“Se torna imprescindible defender los valores, las especificidades y tipicidades territoriales y sociales, lo auténtico y común de los grupos humanos y comunidades, las tradiciones, modos de vida y rasgos autóctonos; en esa batalla tiene un lugar especial la gestión sociocultural realizada en las localidades”, opina María Antonia Cardoso Sarduy, profesora jubilada de Educación, a la cual le dedicó más de 40 años impartiendo Historia. Con la Universalización decidió incorporarse y dar sus aportes en la “Carlos Rafael Rodríguez”.
“Mira… abandonar esa vorágine y encontrarme dentro de la casa me hizo sentir sola (…) Sara me llamó y comentó cómo Libia quería hacer un proyecto con jubiladas. Fue la manera de sustituir ese hábito de la enseñanza constante y la preservación de aquello a lo cual le dediqué mi vida: esos valores de la historia y la cultura que no debemos olvidar.
“Somos mayores de 60 años, jubiladas, con intereses específicos, sobre todo de sentirnos útiles, de sacar de muy dentro esa ‘artista o artesana’ y mostrar nuestras capacidades creadoras -acota la ‘profe’. He participado en varios encuentros de mujeres creadoras, convocados por la FMC y la ACAA y realizado muchísimas exposiciones. La primera de ellas fue, precisamente, en la Universidad y resultó muy placentera. Con la incorporación a esta experiencia nos hemos llenado de vida otra vez”.
Dinorah Peña Suárez, maestra y directora por largo tiempo en la Educación de Adultos, dice haber perdido la cuenta de cuando se jubiló, y con sus ya 85 años se dedica al tejido, lo mismo a crochet, con dos agujas (…), aunque reconoce su gusto por el bordado a mano. Marta Serra, experta en la artesanía de tapices con la técnica de parchwork (parche) le dijo adiós a su profesión como química de la Empresa de Fertilizantes desde hace una década: “realmente la jubilación se nos hace difícil, para eso hay que estar preparado, (…) te embargan temores, porque a partir de entonces no serás útil a los demás; infieres la considerable baja de la ‘economía doméstica’, es como si te apartaras de todo para enclaustrarte dentro de la casa, realizar las tareas asignadas durante años, esos roles con los cuales fuimos encasilladas a través de los siglos, dado en lo fundamental por esa cultura patriarcal de más de 500 años”.
María Herrera Pires, dicho así no nos resulta conocida, sin embargo cuando aflora el “Mari Piri”, enseguida la relacionas con sus muñecas bailarinas. Esta médica especialista en I Grado de Anestesiología, Rehabilitación y Clínica del Dolor y con una subespecialidad en Pediatría reconoce que “la jubilación se convierte en un trauma -hay descritos varios de ellos en la bibliografía médica. Cuando las personas van a enfrentarla las embargan muchos miedos, abandonan una vida socialmente provechosa y útil. De ahí la necesidad de estar preparados para cuando llegado este momento, lo aprecien como una nueva etapa en la vida en la cual realizarán cosas que un día aplazaron por esos mismos compromisos laborales”, acota.
Por ello el Proyecto Esperanza de la Comunidad resulta alternativa viable para hacer de las mujeres jubiladas personas más útiles e imprescindibles, soñadoras, creadoras, preservadoras de identidades y de sagrados valores. (Coautoría Yudith MADRAZO SOSA)
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